Tan real como la vida misma. Quién no se ha subido en un taxi en alguna de esas ciudades como Barcelona, Madrid o Londres, de esas en las que al principio vas viendo anchas avenidas, cafés, tiendas, edificios maravillosos, parques... es tanto lo que disfrutas mirando, que en uno de esos movimientos de cuello en los que pasas de mirar por una ventanilla a mirar por la otra... adsñlkfj ladsjfl sañlkfj scxjieur de repente ves ese aparato que no deja de saltar numeritos ni parece tener fin. Es entonces cuando sales de ese sueño y dejas de disfrutar del paseo. De repente ese camino que has hecho decenas de veces hasta en bicicleta te parece inmenso y piensas que algo ha debido hacer el taxista cuando pensaba que andabas exorcizada. -¡Si hubiera querido hacer un tour me hubiera cogido un bus de esos de dos plantas!-. Todos los semáforos se ponen en rojo uno tras otro, como si él mismo los fuera cambiando con un mando a distancia con tó la mala leche del mundo. Al quinto semáforo que justo pasa al ámbar piensas -Como se pare... como se pare... Se paró. ¡Mamón!-. Y desearías hablarle mal y decirle que se acabó, que tome el dinero de su carrera que ya corres tú más a pie. Adiós muy buenas. Pero nunca lo haces, siempre crees"Lo mismo no llega a..." y probablemente acabe superando esa cifra y más. Y no solo eso, además le mirarás con una sonrisa de oreja a oreja mientras le pagas lo que marca y le das las gracias aunque según cierras la puerta pienses que eres muy boba y no volverás a coger un taxi por el centro.
¿Qué os preguntáis, que si me he cambiado de ciudad? No, todavía sigo en Nueva Delhi. ¿Y sabéis qué? Aquí también hay taxistas. Aquí además solo hay taxistas hombres. Y hay taxis tremendamente destartalados. Y esos taxis destartalados tienen taxímetros. A ver si encontráis en esta fotografía dónde puede estar el taxímetro.
Evitando el estrés con un trapito rosa |
Este método de relajación lo debió inventar alguno que se ponía malo como yo cuando un taxímetro empieza a correr y decidió hacer como si no existiera, como si no fuera con él, que la clienta no dejase de disfrutar del paseo o de pensar en esa maravillosa cita que le espera después. Es tanta la entrega a la clientela que es como si a una le ofreciesen una sorpresa final por haber estado tan tranquilita hasta finalizar la carrera, después ya se retira el trapo. Así son ellos.
Es difícil saber si te quieren engañar o no, que aquí sobre estas cosas existe más que picaresca a la española, un poco de morro a lo indio. Es cierto que aquí con respecto a otras ciudades un taxi puede ser económico, en comparación con sueldos u otros medios de transporte no tanto, y si tenemos en cuenta lo sucios que suelen estar y el no mantenimiento que tienen... digamos que nos vamos quedando un poco sin justificación.
El caso es que tienen una bajada de bandera como en los demás sitios... pero salvo que no le digas al tipo que levante el trapo al comienzo nunca sabrás si la cantidad es correcta o no. A veces es tal la tomadura de pelo, que incluso una vez que te lleva a la dirección que le pediste el taxista te dirá un precio que le ha venido a la mente por el camino. Depende de ti el pagarle sin más porque uses la referencia a otros sitios a los que hayas ido y te parezca apropiada o que le digas... -¡Descúbreme el taxímetro, filipaldi!- y sí, siempre es menos. Es entonces cuando te sonríe, te pone ojitos como diciendo, -¿pero cómo que no me cree, madam?- y se transforma en mago, se gira hacia atrás mientras se pone frente a tus narices, te mira, alarga la mano derecha (aquí el volante está a la derecha) tanteando dónde está lo que quiere encontrar y te pone carita de sorpresa para llamar la atención como si aquello que fuese a salir de debajo del trapo fuese un conejo. A ti no te queda otra que sonreír... porque ves la cantidad y ves que dista bastante de lo que te pedía. Aquí se acabó el circo, le pagas la carrera y si en el fondo te ha parecido simpático que suelen serlo, una propina te sale darle porque lo cierto es que los vehículos no suelen ser de su propiedad y su sueldo es un poco miserable. Por eso tienen que intentarlo y por eso en el fondo no te lleva el "destape" a un enfado. Una vez a uno de confianza del barrio le pedí que me lo enseñara al empezar... nunca lo hacía ni yo se lo pedía... y resulta que no lo había puesto... otra vez marcaba más de lo que debía...
Pues así están las cosas. Salvo que me lleven de madrugada al aeropuerto y vea que han sido puntuales, no me gusta hacerme la loca y me gusta que sean legales. Solo en esos días de viaje camino al aeropuerto me permito el lujo de ser condescendiente y pagarles lo que me pidan, son mis vacaciones y quiero que ellos también disfruten de alguna forma con ellas. Y digo ellos, porque aquí las mujeres todavía no se han puesto al volante de un taxi. Una pena.